Tras el fallecimiento de Steve Jobs, creador de Apple, se ha hablado mucho de su forma de alimentarse. Cambió sus hábitos alimentarios a finales de los 70 tras leer el libro Dieta para un pequeño planeta, de Frances Moore Lappé. Orientó su alimentación hacia el vegetarianismo moderno, a modo de purificación y mostró un claro interés por los ayunos más o menos prolongados.
El libro critica el sistema alimenticio actual por lo que respecta al consumo de proteína animal. Animales alimentados con grano, como las vacas o los corderos, contribuyen a la escasez mundial de alimentos, ya que consumen más de lo que producen. El autor defiende la idea que comer alimentos de origen vegetal es lo mejor para la tierra y para nuestro organismo, una acción que ayuda a hacer del mundo un lugar más sano.
Durante una época, Jobs comió tal cantidad de zanahoria que la piel se le tiñó de naranja por efecto de la vitamina A que contiene, precursora de los famosos betacarotenos. Todo y llevar una dieta desequilibrada él se convenció de que se purificaba, e intentaba convencer a los demás de ello. Durante su enfermedad, y tras el trasplante de hígado, se alimentaba únicamente de batidos de frutas.
Comiendo solamente frutas no llegamos a los requerimientos diarios de nutrientes y energía, de hecho podemos asegurar que este tipo de alimentación dificultó su recuperación, acelerando un desenlace fatídico. Una alimentación rica en hidratos, proteínas, grasas y sales minerales condiciona el cuerpo para afrontar mejor los trastornos de salud y cualquier tratamiento.
Si bien dicen que los genios tienen un punto de locura, en el caso de Steve Jobs creo que podríamos hablar de un trastorno de la conducta alimentaria, concretamente el de la ortorexia, un trastorno obsesivo-compulsivo por comer extremadamente sano. Esta patología nos lleva a una mala calidad de vida, entre otras cosas, al depender demasiado de nuestra alimentación, al planear con días de antelación el menú y llegar al punto de sentirnos culpables si no seguimos esta dieta ‘sana’.